El majestuoso novelista estadounidense Ray Bradbury nos trae Fahrenheit 451, una obra de arte publicada en 1953 que pone bajo la mira la ignorancia absolutamente dominante de las mentes más pobres.
Lo asombroso de esta novela es el enfoque visionario del autor que nos muestra el empoderamiento de las redes y transmisiones televisivas ante una sociedad completamente hipnotizada. Estos aparatos de entretenimiento reflejan el pleno desarrollo del Homo-Ignarus (hombre inconsciente en latín), que ha abandonado el contenido de los libros como fuente de conocimiento.
El protagonista, Guy Montag es bombero en una época muy particular; él no se dedica a extinguir incendios sino a generarlos con el fin de quemar los libros de aquellos curiosos y valientes que se atrevieron a conservarlos. Los libros en el mundo de Guy están prohibidos por ley porque estos revelan verdades, alteran el pensamiento y las emociones de las personas, distorsionando así, su felicidad.
…un método que “embrutece” a las personas de tal manera que quedan incapacitadas de pensar por sí mismas…
Es una obra crítica con cada uno de los elementos que representa al sistema político; un método que “embrutece” a las personas de tal manera que quedan incapacitadas de pensar por sí mismas, dominadas por un poder que las obliga a actuar como autómatas instintivos. La obediencia al sistema como primera norma ciudadana; “Cualquier hombre que crea que puede engañar al gobierno y a nosotros, está loco.”
Fehacientemente, la idea de Bradbury encaja perfectamente en el 2020. En un tiempo mucho más rápido y fugaz, los libros se reducen a breves anécdotas, “al final brusco”, puesto que la gente ya no goza del tiempo para leer. Vamos eliminando el pensamiento innecesario, lo que nos ocupa demasiado lugar, ese lugar que está hecho para la diversión, el placer y la felicidad. Hoy la vida es inmediata, y la mente absorbe cada vez menos y nos damos cuenta, tristemente, que nos estamos transformado en esa “masa insulsa y amorfa”. El ensañamiento para volvernos completamente incapaces de pensar, inyectándonos ignorancia a través del manejo de los medios masivos, van deteriorando la información de manera engañosa, llenándonos de datos confusos y abundantes, pero ligeramente desechables.
Hoy no podemos afirmar que somos una sociedad consciente, no lo somos. Vivimos nuestras vidas distraídos del mundo que nos rodea. Nos estamos volviendo una sociedad parásita, una sociedad de entes, tal cual narra el autor:
“…pero por encima de todo, me gusta observar a las personas. A veces, me paso el día entero en el metro, y las contemplo, y las escucho. Solo deseo saber qué son, qué desean, adónde van. A veces me deslizo a hurtadillas y escucho en el metro. O en las cafeterías. ¿Y sabe qué? la gente no habla de nada”.
Existe un orden social establecido por la imposición de una necesidad de igualdad despótica, en la cual nadie puede sobresalir al resto porque si no hay mejores ni peores la gente vive feliz, y nadie se revela contra el sistema. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo de un hombre culto?” La función, justamente, de los bomberos en el mundo de Montag es mantener la tranquilidad y seguridad de los ciudadanos frente al descubrimiento. Que nadie se sienta inferior debido a estas quimeras generadoras de emociones y del despertar reflexivo, que son los libros.
Este nefasto método de poder de manipulación de las masas y su influencia en el comportamiento colectivo – la noción de “alma colectiva” de Gustave Le Bon- y, por ende, en la vida política de las personas, es una técnica que siempre ha sido utilizada por los regímenes totalitarios (Stalinismo-Nazismo). Sin embargo, hoy nos encontramos frente a algo más terrible que una disputa ideológica; estamos frente a una batalla cultural, la lucha por el pensamiento. Porque la verdad muchas veces no nos gusta, nos angustia y nos vuelve seres infelices, pero despiertos y por esta dimensión mental es que nos prefieren hombres inconscientes.
En el contexto actual, algunos uruguayos parecen despertar y cuestionarse sobre ocultamiento y distorsión de la información de hechos ocurridos hace más de cuarenta años, y es que el disfraz no dura eternamente. Pero el principal responsable no es ese sistema maquiavélico diseñado para destruir la historia, sino “la mente de grupo”, esa mente colectiva adiestrada, silenciosa, conformista, y, por consiguiente, cómplice, que acabó por sellar un ambicioso y siniestro pacto político con el diablo.
“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, pues le preocuparás; enséñale solo uno. O mejor aún, no le muestres ninguno”.
Estimada, muy buena apreciación. Le recomiendo leer, escuchar y ver a Roberto Fattoruso. Uruguayo. Estoy seguro le va a interesar. Saludos
Carlos, gracias por la recomendación. Con Roberto ya nos conocemos, un maestro. Abrazo!
Como decía el pelado Baltasar Gracián: Lo bueno si breve, dos veces bueno” termina con un “Y aun lo malo, si poco, no tan malo”. Excelente publicación. Sigue adelante, gracias.